domingo, 21 de marzo de 2010

Corto-cuentos (I)

Corto-cuentos se inaugura hoy y no sé cuándo acabará, pero si cómo: (véase final tras final)

Disculpe, señorita, ¿puede hablar con mi marido?

-Disculpe, señorita, ¿puede hablar con mi marido?
Me despertó de repente. La mujer colombiana o cubana o venezolana que se sentaba a mi lado en el tren aquella mañana necesitaba una sola cosa de mí: las palabras.
-Es mi marido. Dígale por favor que es mi amiga, que vamos al mercadillo de Sabadell y luego a trabajar. Dígale, por favor.
No me lo decía triste, sino risueña y con ojos saltones, aunque asomaba detrás de su sonrisa una suerte de miedo disimulado,
- Grasias, grasias.
Al otro lado del teléfono estaba su marido, poniéndome a prueba. Le di mi nombre, mi edad, y mentí con gran orgullo porque intuía que era una buena causa, una cuestión de dignidad de aquella mujer bien arreglada, ojos marrones, párpados verdes, cuerpo corpulento pero proporcionado y lleno de fuerza, labios fucsia latino pasión.
- Grasias, grasias -me susurraba entre risitas cómplices.
Le devolví el teléfono (celular) y le miré pidiéndole una explicación: después de haber sido partícipe de un engaño semejante me sentía con pleno derecho de inmiscuirme en su intimidad, aunque hubiera respetado cualquier tipo de evasiva (qué remedio). Tímida respondió, mirándome sincera y a la vez esquivándome la mirada:
- Voy para Barcelona. Tengo allá a mi amiga. Acabo de salir de casa porque él acaba de llegar de estar toda la noche en el baile. Salí escondida para que no me viera (se ríe, no sé si por miedo, por nerviosismo o porque sí). Yo también quiero salir, tú sabes, yo no me quiero quedar en casa. Encima él quiere que yo esté en casa cuando él llegue. Me dice que esté en casa cuando él llegue porque no quiere estar solo. Pero yo quiero salir (se ríe).
- Muy bien hecho -le digo-, claro que sí...
Tras devolvernos otra mirada de complicidad (sólo las miradas femeninas pueden entenderlas) se hizo un pequeño silencio. Ella miró hacia el suelo mientras acariciaba sus anillos en un gesto auto-relajante.
No dijimos nada más.
Bueno, sí. Al levantarme, le remarqué que recordara que su amiga se llamaba Carmen, y que tenía 25 años. Me guiñó el párpado verde y me agarró la mano con fuerza:
- Grasias, grasias.
Siempre he confiado en la bondad de los desconocidos.

1 comentario:

Amanda dijo...

Esto te pasó de verdad? y si no pasó, es totalmente creíble (malauradament)