lunes, 17 de marzo de 2008

"Erotismo y mujer en el Islam"

Etnología del Magreb
Profesor: Alberto López
“Es la hora de que ese cielo arrogante
deje de enajenarnos nuestro cuerpo,
de ocultarlo ante nosotros,
de escindirlo y separar
entre el bien y el mal,
entre los ángeles y los demonios”.
Mohammed Bennis, poeta marroquí
(ver Heller y Mosbahi, 327).



PARA ENTRAR EN MATERIA
Dijo Mahoma antes de morir: “Por lo que se refiere a las mujeres, son prisioneras (awan) en vuestra mano, (…) que vosotros habéis recibido por el pacto divino, y el seno de ellas os está permitido por la palabra de Dios” (Heller y Mosbahi, 61).
El Islam es un estilo de vida en la cultura arábigo-islámica. Es una religión que influye enormemente en la conciencia de sus creyentes, tanto a nivel individual como a nivel colectivo, pero “en ningún ámbito de la vida es tan poderosa esta influencia como en las relaciones entre los sexos, en la comprensión que los musulmanes tienen del amor, del erotismo y de la sexualidad” (Heller y Mosbahi, 7). ¿Cuáles son las consecuencias de esta influencia, entonces, en el ámbito de lo femenino? De eso trata este ensayo.
Si le preguntamos a cualquier persona acerca de la religión islámica, seguro nos encontraremos frente a un gran abanico de ideas y opiniones al respecto. Sin embargo, también estoy segura de que muchas de esas opiniones (o más bien prejuicios) rondarán por el Islam ortodoxo y su política fundamentalista y represiva.
Y es que son pocas las personas que conocen la cultura musulmana y el Islam, siendo una religión y un estilo de vida que tenemos cada vez más cerca. Tampoco sabrán, seguramente, que existen dos interpretaciones de ambas completamente diferentes en cuanto al fondo de la cuestión, hecho que ha llevado a los defensores de una u otra postura a estar enfrentados por los siglos de los siglos, hasta hoy. El tratamiento de la sexualidad será uno u otro, según el ojo que contemple las lecturas sagradas.

LOS DOS SEXOS DEL ISLAM
Para entender la sexualidad y el erotismo en la cultura arábigo-musulmana, hay que entender, antes, los dos sexos (opuestos) del Islam. Le cedo la palabra a la socióloga Fatema Mernissi:
“El mensaje del Islam, por bonito que pueda parecer, parte del supuesto de que la humanidad está compuesta únicamente por varones. Las mujeres se hallan al margen de la humanidad y constituyen incluso una amenaza para ella…
Se piensa que el Islam, sobre todo en el ámbito de la sexualidad humana, logró un avance importante. La promiscuidad y la permisividad habrían sido en la Yahiliya las características de una sexualidad todavía no dominada…
Si es verdad que la promiscuidad y la permisividad caracterizan a la barbarie, lo único que el Islam civilizó fue la sexualidad femenina; porque la sexualidad masculina es promiscua (por la existencia de la poligamia) y permisiva (por la existencia del repudio)”. (Heller y Mosbahi, 71).
LA YAHILIYA
El Islam nació en el siglo VI-VII de la era cristiana, entre las dunas del desierto de Arabia y el anti-paganismo de la época pre-islámica, conocida como Yahiliya. La Yahiliya fue calificada por Mahoma (571-632) como “pagana”, “inmoral” y “corrompida”, aunque muchos otros han dicho de ella que es la Edad de Oro del arabismo.
La Yahiliya vivió su época de Renacimiento (Nahda) a principios del siglo XX, pero poco duró su esplendor. Heller y Mosbahi escriben a propósito de “La sexualidad en el Islam” (1975), de A. Bouhdiba:
“Cada vez que se distiende el clima cultural e intelectual, un soplo de libertad inflama ansias de cambio y renovación en las clases selectas y en las masas. Pero muy pronto se intensifica la presión a causa de las crisis políticas y económicas, como está sucediendo en el momento presente, y se llega por la fuerza al retorno de las energías conservadoras, un fenómeno que, en opinión del autor, es inherente a la cultura arábigo-musulmana: “Esto explicaba el anhelo de un orden absoluto, tal como fue revelado en el Corán, por medio de la palabra de Dios, como logos universal y perdurable”. (Heller y Mosbahi, 18).

En “La mirada mutilada”, Daryush Shayegan, explica que este retorno a las estructuras tradicionales se debe, paradójicamente, a la impotencia de esta a hacer frente a los conflictos de la Modernidad.
“La mujer árabe moderna, consciente de sí misma, que en público y en el ejercicio de su profesión se afirma a sí misma como miembro activo de la sociedad y que lucha por conseguir su libre determinación en materia sexual, es considerada como mensajera de una nueva Yahiliya, como encarnación de un mundo pervertido por la moral corrupta de Occidente”. (Heller y Mosbahi, 121).

La misma biografía conyugal de Mahoma, “el último árabe que fue escogido libremente por mujeres” y que pasó de la monogamia a la posesión conyugal de varias mujeres (poliginia), ilustra a la perfección el paso de la Yahiliya a la Umma, o lo que es lo mismo, el paso de la mujer libre a la esposa entre rejas, y el consecuente fracaso de la Nahda (movimiento de emancipación de la mujer).
LA UMMA
La Umma o nueva sociedad musulmana surgió treinta años después de que muriera Mahoma. Debía mantenerse limpia de todas las costumbres y usanzas paganas de la época de la Yahiliya, sobre todo en lo que concierne al rol que juegaba la mujer en la sociedad. De ahí que el Corán[1], la ‘Biblia’ de los islamistas y piedra angular de la Umma, muestre esta cosmovisión de las féminas.
Los discursos fundamentalistas de hoy invocan la recesión a los principios del Islam precisamente porque consideran a la mujer como portadora del Mal y a las plumas (hoy, más bien teclas) de los poetas como herejes de la palabra de Alá. Ambos deben ser perseguidos, extinguidos. Por el bien de la tradición (dogmática).
Zina vs. Corán
El poder y la sexualidad no han sido nunca muy buenos amigos en ninguna cultura. El Islam lo tradujo sometiendo a la mujer a una única sexualidad posible: la del matrimonio. De esta manera, la fitna, el poder carismático femenino, no alteraba el orden social establecido, ya que la institución matrimonial se consideraba “un remedio para la salud del alma”, como dijo al-Ghazali (1058-1111), citado por Heller y Mosbahi (p.53).
Al-Ghazali continuaba:

“La segunda ventaja del matrimonio consiste en ser una defensa contra el diablo, en amansar la concupiscencia, en eliminar los peligros del apetito sexual, y en impedir las miradas impuras y el libertinaje del cuerpo”. (p.54).

Sin embargo, el mundo árabe es sensual por naturaleza, así como los instintos sexuales del hombre. ¿Qué hacer? Ibn ‘Abbas propone al musulmán que sea piadoso casándose, puesto que el acto sexual es como el comer, según las escrituras sagradas, por eso no está prohibido. El mencionado al-Ghazali deduce que “la mujer es propiamente un alimento y un medio para mantener limpio el corazón”.
Mahoma aconsejaba calmar el apetito con la propia mujer:

“Cuando llega una mujer, es como si llegara el diablo. Por tanto, cuando uno de vosotros vea una mujer y le guste, vaya entonces donde su propia mujer, porque encontrará con ella lo que iba a encontrar con la otra”. (Heller y Mosbahi, 55).

En lo que concierne a hombres especialmente fogosos, que no tienen suficiente con una sola mujer para desahogarse, “pueden y deben tomar varias mujeres, hasta un límite de cuatro”, profetiza nuestro amigo Ghazali, pero se las debe tratar a todas por igual.

Al-Ghazali recomienda al hombre determinar el número de mujeres por el nivel sexual que tenga, sin pasar por alto los consejos de los sabios creadores del Corán, que por el bien del Bien dijeron: “Pero, si teméis no obrar con justicia (con tantas mujeres), entonces (casaos) con una sola o con vuestras esclavas. Así evitaréis mejor el obrar mal”…

Siguiendo con el matrimonio: Casarse es proteger (muhsan) de la castidad, ser piadoso. Así mismo, para salvaguardar al hombre del dañino poder sexual de la mujer, ésta debe ponerse siempre al servicio del marido cuando éste necesite fornicar. A él le conviene dejarla satisfecha porque, de lo contrario, se convertirá en conejillo de indias de las astucias vengativas de la fémina…
Corán legalizado, sexualidad penalizada

A medida que el Islamismo se fue extendiendo, ocupando los poderes políticos además de los religiosos, se fueron imponiendo las profecías de Mahoma (Sunna), así como los dictados del Corán, como leyes fundamentales para el funcionamiento de la sociedad islámica. Ahí radica su importancia, porque también el amor y la sexualidad fueron víctimas de esta institucionalización moralizadora.

En el momento que se proclamó la ley islámica, todos los actos amorosos que no entraban en la alcoba conyugal eran considerados zina, término que abarca todas las relaciones sexuales prohibidas, ya sea el adulterio, ya sea la fornicación entre personas fuera del concubinato. Evidentemente, cometer la zina era penalizado fervorosamente porque se había desobedecido a la palabra de Dios: “Flagelad a la fornicadora y al fornicador con cien azotes a cada uno”, sentencia el Corán.

El teólogo al-Ghazali expone como ha de ser una mujer como es debido, centrándose en las tareas de la casa y en la satisfacción sexual del hombre:

“La mujer permanezca en el interior de la casa y siéntese a la rueca para hilar. No suba mucho a la terraza para curiosear. No hable mucho con los vecinos y no los visite sino para recados urgentes. Tenga siempre la mente puesta en su marido (¡!), hállese éste presente o ausente, y procure agradarle en todo. Debe serle fiel en cuanto a ella misma y en cuanto al dinero. No salga de casa sin permiso de su marido. Y cuando salga, lleve vestidos que la cubran bien, y escoja los caminos poco frecuentados, evitando en cambio las calles principales y los mercados. (…) El hombre debe ocupar siempre el primer lugar en la casa. (…) Sea muy limpia, y esté siempre en condiciones de que su marido pueda gozar de ella cuando le parezca”. (Heller y Mosbahi, 62).

¿Y si la mujer es rebelde? Tranquilos, no se preocupen, maridos musulmanes, que al-Ghazali tiene respuestas para todo: Si el deseo del marido se topa con resistencias, debe forzar a su mujer a que le obedezca. ¿Qué no funciona? Pues que la azote, eso sí, sin causarle daños ni golpearla en la cara: sólo que sufra un poco…(¡!).

Pierde la institución matrimonial toda su razón (moral) de ser al leer estas palabras, y analizar dos elementos claves de la nikah (matrimonio y acto sexual): la poligamia y el repudio. Porque
“la poligamia socava toda vinculación emocional entre los esposos. Y el derecho al repudio acentúa el ‘carácter de mercancía’ de la mujer, de la que puede cambiarse en cualquier momento” (Heller y Mosbahi, 60).

El hombre podía hacer de su mujer lo que se le antojara, cual esclava. Si era lícito o no es algo que los árabes de aquellos tiempos no se plantearon, como tampoco se preguntaron dónde quedaban el Amor y el cariño entre dos personas (o las que sean) en medio de tantas palabras sabias.

Sin embargo, no debemos confundir las cosas, aunque las leyes respecto a la sensualidad nos perturben: no es que la sexualidad sea considerada pecado, como ocurre en el Cristianismo, sino que se le otorga un carácter divino y sagrado, siempre y cuando se practique entre marido y mujer, sin ninguna otra alternativa posible, como veremos a continuación.
MATRIMONIO O DESAMPARO

Así, vemos como fuera del matrimonio toda relación erótica es ilegítima: ser homosexual, o hermafrodita, o lesbiana, o autocomplaciente, o simplemente ambiguo es la máxima trasgresión contra la armonía del mundo.

El texto coránico y su interpretación más conservadora así lo dictan, produciendo una fragmentación social y un reduccionismo tal, tanto en la ideología de las personas como en su conducta, que resulta imposible para el árabe musulmán salirse del camino marcado –en lo que a sexualidad se refiere. Dice Malek Chebel:

“Más allá de este aspecto transversal de las conductas marginales, hay que recordar que la religión se basa a menudo en una economía de signos cuya apariencia más inmediata y clara no es otra que la secularización”. (p. 17).

Matrimonio o desamparo. No hay otra alternativa. El Eros en el Islam está al margen de la sociedad, ya que excluye a aquellos individuos que no pertenecen a la norma sexual establecida.
Sólo en la ficción y en los cuentos eróticos de Las mil y una noches se permite la zina, lo ilícito, la perversión, así como la coexistencia armónica de todas las figuras marginales no conyugales.
EL SIGNA VIRGINITATIS

La virginidad es la base a la hora de educar a una futura mujer en el Magreb. Es un tabú que constituye uno de los elementos más significativos en el imaginario social y cultural del Magreb. Como ocurre en la cultura gitana, la novia tiene que llegar intacta al matrimonio, de lo contrario perdería su honor, ya que “la no virginidad, como la enfermedad mental, es un estado inconcebible, una anomalía”. (Chebel, 90).

¿Cuáles son las consecuencias si el himen ya estaba roto al llegar la noche de bodas?

“Rechazada, marginada, su exilio interior y su cuarentena efectiva chocan con el frío desdén de la colectividad o, en el mejor de los casos, con el desprecio de muchos hombres que, enterados de su ‘vileza’, sienten por ella el efímero interés que experimentan habitualmente por la común ramera. Porque todos participan en la interiorización de este mito, y hasta la propia justicia tiene previstas penas y castigos para los contraventores inmorales, si éstos deciden no reparar su acto casándose con la mujer con la que se han acostado antes de tiempo”. (Chebel, 90).

El resultado de esto es el repudio.
El himen es, por tanto, un hecho conflictivo, debido a la asimilación del mito coránico. La salud (social) de la mujer corre peligro de enfermar si ha sido desflorada antes de llegar a la alcoba nupcial, en que se entregará en cuerpo y alma al marido, al cual seguramente no habrá elegido.
Por otra parte, en el caso de que la futura esposa se haya portado bien, le conviene ser pasiva y complaciente en el lecho. “Como mucho, le sugieren que llore si el marido es violento y que le oponga una relativa resistencia, comportamiento que debe tener a la virgen asustada”. (Chebel, 96).
HORROR FEMINAE
La división sexual en la cultura magrebí provoca ciertos recelos y temores en el varón, que se podrían representar mediante cuatro figuras fantasmagóricas, resultado de las pulsiones sexuales reprimidas, y que tienen como eje central el miedo a la castración o temor a ser devorado por una (vagina dentata):

La gula, sustituto simbólico de la madre fálica, “figura mítica y real a la vez, presente y ausente, temida y venerada, nutricia y malvada, angustiosa, ‘penetrativa’” (Chebel, 97). Es la antimujer por excelencia. Es la voracidad sexual femenina, la oralidad (negativa), la imagen de la mujer “carnívora”; la sandía rajada, que compara la sandía con la vagina, “frágil, hueca, vacía”, reflejo de una misoginia más o menos mostrada. Evoca virginidad y fecundidad, pero también invalidez y impotencia; el erizo, símil de la sonrisa vertical que se refiere a la capacidad devoradora de la vagina, debido a que el erizo es conocido por ser un animal que hiere sin atacar; el sexo océano, que hace referencia a la mujer que tiene un sexo tan ancho como el mar de tanto usarlo, con lo cual la descalifica totalemente.

¿Serán estos fantasmas, en gran parte, los culpables de la necesidad (irracional) del hombre musulmán de dominar a la mujer, también irracionalmente percibida como un peligro para la humanidad?

FEMMES FATALES
La belleza es expresión de la santidad en el Islam, pero una santidad con traje rojo.
La mujer oriental se considera desde que aparece el Corán una eterna seductora, una femme fatale, que dirían en Occidente. El poder irresistible de la belleza, sin embargo, no tiene connotaciones demasiado afortunadas. Al contrario, esta belleza es temida y evitada por el carácter “diabólico” que caracteriza, según el Islam ortodoxo, a la mujer.

Este poder irresistible de la belleza ha sido un lugar común tanto en las costumbres como en la literatura de Oriente Medio. Así, cuando se describe a la fémina, rara vez se habla de su carácter –a excepción de su inteligencia astuta-, pero se hacen siempre castillos en el aire en cuanto a sus cualidades físicas. Sin embargo, estas cualidades ideales/idealizadas se convierten pronto en miedo para el varón: el miedo del propio hombre a sus instintos sexuales, que se traducen en cuatro “fantasmas” que veremos unas líneas más abajo.

El héroe que resiste a las picardías femeninas es simbolizado en el texto coránico por la figura de Yussuf. El mensaje es explícito: atemperar la libido y controlar el libertinaje sexual, sobre todo el femenino, mediante la introducción de una imagen fantasmagórica de la mujer en el imaginario colectivo.

Este icono esencialmente vampiresco de la mujer creó tal desconfianza en los musulmanes de la Umma, que se ha seguido transmitiendo esta misma idea por los siglos de los siglos, sin que nada (o poco) pueda hacerse para remediarlo.

Seguramente tenga algo que ver en esto la tortuosa vida sexual que Mahoma vivió (o padeció) en el harén. Así se percibe en el Corán: “el infierno está poblado principalmente por mujeres”, sentenció Mahoma después de su viaje hacia el cielo nocturno (Heller y Mosbahi, 115). Tal es la actitud que tienen los islamistas más arraigados hacia la mujer, así como hacia las adúlteras:

“Vi mujeres mudas y ciegas, a las que se había arrojado fuego y de cuyos cuerpos salía un olor pestilente. Pregunté: ¿Quiénes son ésas, hermano Gabriel? Él respondió: Son las adúlteras”.

Su primo y yerno, Alí Ibn Abi Talib, reclamaba con desprecio: “La mujer en conjunto es un mal. Sin embargo, lo peor de ella es que es un mal necesario (…). ¡Imploremos la ayuda de Dios para salir victoriosos de las diabólicas artes de seducción de las mujeres! ¡Y guardémonos en todo caso de sus favores!” (Heller y Mosbahi, 117).

Este desprestigio moral de la mujer y su consiguiente (in)cultura misógina nace con el Corán pero reaparece en el Hadith, así como en la filosofía religiosa y gran parte de la literatura postcoránica.
Así como en la cultura cristiana la caja del Mal la abre Eva, en la cultura islámica es Aisha, la niña de los ojos de Mahoma la que crea el Pecado: “La historia musulmana hubiera seguido por el camino de la paz, el progreso y el bienestar” si Aisha no se hubiera metido en asuntos políticos, escribe un historiador contemporáneo (Heller y Mosbahi, 118):

“Hoy día hemos de recordar más que nunca a Aisha. El recuerdo de ella le dice al musulmán: ¡Ved cómo ese intento fracasó en nuestra historia musulmana!”.

Vuelve Al-Ghazali y dice a propósito de esto -su obsesión- que “todas las desgracias y todos los infortunios (…) que caen sobre el hombre, han sido causadas por las mujeres”. Quizá la única excepción en cuanto a mujeres diabólicas en el Oriente de los primeros tiempos haya sido Sherezade, símbolo de la mujer liberada.

El final feliz de su relato, a su vez, simboliza el triunfo del Eros sobre el hombre, según Heller y Mosbahi (p. 120), porque “Sherezade rompe la polarización de los sexos, surgida por el temor de los hombres, y por el ‘orden’ que nace de esa polarización (…), un acto de violencia de opresión y domesticación”.

Pero la misoginia reaparece en el Islamismo una y otra vez de mano (pero sin pies ni cabeza) de los fundamentalistas en la mayoría de países musulmanes, con lo que la mujer se convierte en el objeto de fijación del poder.

Para evitar ser seducidos por sus artimañas al mirarlas, corramos un tupido velo –debieron pensar los fundamentalistas de la Umma-. Y así fue:
LA MUJER VELADA
(Des)taparse en Occidente
El vestido es un símbolo de identidad en cualquier sociedad, y está muy vinculado a la sexualidad:
“El vestido, lejos de desempeñar su función social de ‘pudor’, exacerba las relaciones entre lo que oculta, el cuerpo y el mirón. así pues lo ‘púdico’, o lo que se presenta como tal en el vestido, crea su ‘público’, y el vestido se nutre de su propia trasgresión: el erotismo”. (Chebel, 131).

¿Cuál es entonces la relación (oculta) entre la feminidad magrebí y el velo, icono máximo de la mujer arábigo-musulmana y equivalente (simbólico) del himen?

Todavía hoy la mujer musulmana está condenada a llevar el velo, so pena de muerte en muchos países. La excusa es la de siempre: la religión lo dice así. La excusa recitada por el discurso masculino, claro.

La controversia está servida en Occidente, así como entre las mujeres rebeldes, a favor de lo ‘asri, y las mujeres de tradición musulmana ortodoxa (lo taqlidi). Y es que no es una cuestión fácil, ciertamente.

Publicaba el Periódico el 17 de enero de 2008 una crónica con el siguiente titular: "La eurocámara rechaza pedir que se prohíba el velo en las escuelas”. Por lo visto, existen diferentes marcos legales alrededor de la Unión Europea, pero esta noticia ilustra la dificultad de llegar a un acuerdo.

¿Es un símbolo religioso, sin el cual la mujer perdería su identidad, o por el contrario, pierde la mujer su identidad, sin que lo sepa, por el hecho de llevarlo? Quizás debería dejarse que cada mujer decidiera por sí misma, al margen de la religión islámica y de las leyes europeas.

Sea como sea, el debate en torno al asunto del velo es un debate, en realidad, entre dos formas de ver el mundo, entre Oriente y Occidente, entre cristianos e islámicos, entre religiosos y laicos, entre liberales y ortodoxos… ¿Se derribará el ‘muro’ algún día?
El culto a lo oculto
Pero, ¿cuál es el mensaje (des)cifrado del velo? “La decisión de que unas chicas tengan que ir con velo encierra un ‘doble mensaje’. Hace referencia, por un lado, a un movimiento religioso, a saber, el fundamentalismo. Por otro lado, define clarísimamente la condición de la mujer”[2]. A saber, la condición sumisa de la mujer: El velo revela el silencio del cuerpo femenino.

El poeta libanés Adonis cree que el affaire du fulard en la sociedad árabigo-musulmana debe entenderse no como un castigo hacia la mujer, sino como “el resultado natural y lógico del pensamiento de la unidad (a saber, con respecto a Dios), un pensamiento que rechaza lo perceptible por los sentidos y sus tentaciones. En consecuencia, el velo que se arroja sobre la mujer no sería más que el intento por extinguir la imagen misma de la mujer, de la que procede la seducción”. (Heller y Mosbahi, 161).

El estar obligada a cubrirse con el velo o la anulación de éste nos llevan a varias épocas de la historia de los países árabes de religión musulmana. La historia demuestra, según Heller y Mosbahi (p.175) que “el velo fue siempre expresión de alguna de esas crisis que el Islam experimentó a lo largo de su historia” porque “en tiempos en que el poder político del Islam era indiscutido y se mostraba tolerante y abierto hacia otras religiones, las mujeres pudieron lograr también cierto margen de libertad”.

Si vamos a los orígenes, encontramos que el objetivo de llevar velo sería “sustraer” de la mirada masculina a las mujeres del Profeta y a las creyentes, con tal de separarlas del resto del mundo como si de una cortina de humo se tratara. Porque cubrirse con el hiyab es símbolo de honor:
“¡Profeta! Di a tus esposas, a tus hijas y a las mujeres de los creyentes que se cubran con el manto (sobre la cabeza, cuando salgan). Es lo mejor para que se las distinga (como mujeres honorables) y no sean molestadas”. (Heller y Mosbahi, 162).

En palabras de Malek Chebel, “el velo no sólo es una prenda adicional destinada a ‘ocultar del hombre de la calle a la mujer que se cruza con él’, sino sobre todo una prenda cuya función oculta es concentrar sobre ella –prohibiéndola inmediatamente después- la verdadera mirada del hombre, la mirada del deseo”. (p. 130).

Hay una gran contradicción en lo que se refiere al ‘derecho a mirar’, ya que mirar le está vetado al varón pero paradójicamente el hombre árabe es el mirón por excelencia, el gran voyeur, por eso la mujer no debe provocarle. Escribe Chebel:

“podemos afirmar que en ningún otro lugar el voyeurismo es más aceptable ni está más inducido que en una cultura tan dicotomizada y separatista como la árabe. La pulsión de ver al Otro es una pulsión de la especie humana, y no puede detenerse ante unas normas religiosas o de cualquier otro tipo. Los legisladores musulmanes nunca se han dejado engañar por esta búsqueda comprensible a más no poder, a pesar del cúmulo de barreras morales que aumentan el sentimiento de culpabilidad del ‘mirón’ potencial”. (p. 41).

El mismo autor continúa su definición del velo así:

“El velo es una prenda instituida con el fin explícito de diferenciar los dos sexos, tanto en el aspecto biológico y social como en el espacial. (...). El velo es portador de una marca ambigua de lo social: acaba asumiendo la paradoja sobre la que se ha levantado, porque la mujer que se pone el velo, incluso ‘fuera’, permanece ‘dentro’”. (p.131).

El velo es símbolo de inseguridad, de miedo. Quitarse el velo es símbolo de apertura al mundo. En las sociedades en que las mujeres son libres, los tabúes sexuales se liberan, aunque pertenezcan al ámbito de lo íntimo. Esta liberación demuestra que el dominio del instinto sexual, inherente a todo ser humano –hombres y mujeres por igual- es responsabilidad del individuo, que se mueve por unos códigos morales o inmorales propios.

Al hacerse el velo obligatorio con la llegada del Islam a los quehaceres políticos, esto es, prohibido no llevarlo, la mujer pasaba a ser invisible, quedando relegada al ámbito de lo prohibido, lo intocable: el haram (de donde viene harén, del que hablaremos más adelante). El mismo concepto de hiyab, una de las muchas maneras de llamar al velo, lo demuestra: “sustraer a la mirada”, “separar”, “marcar una frontera”. La frontera entre hombre y mujer/mujer y hombre.
X/Y

¿Pertenece el erotismo únicamente al mundo de la mujer, o habría que extrapolarlo al mundo de lo femenino, mucho más amplio y complejo? ¿Existe una división de sexos?

“La sexualidad de los hombres se proyectará al exterior, y podrá inspirarse en la vida animal: la de las mujeres se dirigirá al autoerotismo y la homosexualidad, lo que corresponde aproximadamente a su desarrollo psicogenético tradicional”, escribe Chebel (p. 44). Los sexos están divididos por una barrera invisible pero infranqueable, que a veces se traduce en la mirada: sujeto que mira, objeto deseado.
Para Françoise Héritier, el problema de la separación de sexos es la desigualdad que se crea, considerada como algo “natural” desde que la sociedad existe. Hay una “sordera selectiva”. Para ella, no puede haber paridad sin antes “hacer comprender la existencia y la profundidad de los anclajes simbólicos que pasan inadvertidos a los ojos de los pueblos que los ponen en práctica”. (p. 17).
Es cierto que el cuerpo del hombre y el de la mujer son fisiológicamente distintos. La relación idéntico/diferente está en la base de los sistemas ideológicos, en que se oponen caliente/frío, seco/húmedo, inferior/superior, claro/oscuro... La diferencia de sexos se traduce en el marco simbólico en un lenguaje “binario y jerarquizado”, en que la valoración implícita negativo/positivo funciona negativamente para las mujeres, dice Héritier.

Hay, por tanto, un sexo fuerte y un sexo débil: según el estereotipo social, no hay matices. Las mujeres pertenecen al sexo débil y son siempre curiosas, indiscretas, charlatanas, histéricas, traidoras, celosas, desobedientes, perversas... frágiles, hogareñas emotivas, crédulas, intuitivas, púdicas... Necesitan por naturaleza ser protegidas por el hombre (o eso dicen...).

Sexos naturalmente diferentes. El género, sin embargo, es una construcción social que hay que analizar, porque ahí se encuentran las claves de la discriminación injustificada, según Héritier:

Me interesa en dos aspectos. Primero, como artefacto de orden general fundamental en el reparto sexual de las tareas (...). En segundo lugar, como artefacto de orden particular resultante de una serie de manipulaciones simbólicas y concretas que afectan a los individuos”. (p. 20).

Porque resulta que “las categorías de género, las representaciones de la persona sexuada, el reparto de las tareas tal como las conocemos en las sociedades occidentales, no son fenómenos de valor universal generados por una naturaleza biológica común, sino construcciones culturales”. (p. 21). Esto ocurre, igualmente y en mayor (des)medida, en la cultura árabe musulmana, como venimos viendo.

En este contexto diferencial, Héritier observa que es el principio masculino el que domina la sociedad, debido a la voluntad de control de la reproducción. Estas instituciones no cambian porque están ancladas en el ámbito de la biología, así como en representaciones mitológicas, en que el hombre ha sido siempre visto como el guerrero, el encargado de llevar a cabo la acción. La mujer es, mientras que el hombre hace.

Las instituciones de orden simbólico son las que podrían (y deberían) cambiar, porque “el mito legitima el orden social”. Como construcción mitológica, el Corán podría (debería) cambiar sus escrituras y amoldarlas a la nueva sociedad emergente, empezando por los niños y niñas, y ir dejando de lado la (i)lógica de los contrarios, que rige la sexualidad islámica desde hace siglos. Como dice Héritier, “el problema es el poder”: se necesita tiempo para cambiar “construcciones políticas totalitarias fundadas en abstracciones”.

EL HARÉN, UNA FRONTERA SIN ALAS

Ibn Taimiya (1263-1328), “gurú” de los fundamentalistas de todos los tiempos, propugnaba la idea de que todas las partes del cuerpo femenino eran aura (desnudez), y prohibía que unas mujeres se miraran a otras cuando estuvieran descubiertas. Tampoco podían ir juntas al harén una creyente y una infiel.

“¿Es el harén una casa en que vive un hombre con muchas esposas?”, se preguntaba Fátima Mernissi de niña. “Tienen harenes todos los hombres casados?”. “Puede haber más de un amo en un harén?” “¿Quién creó el harén y para qué?” ¿Qué es verdaderamente el harén?

“Estás en un harén cuando el mundo no te necesita. Estás en un harén cuando lo que puedes aportar nada te importa. Estás en un harén cuando lo que haces es inútil. Estás en un harén cuando el planeta gira contigo enterrada hasta el cuello en desprecio y abandono”. (p.256). Para Fátima Mernissi, que vivió los primeros años de su vida en uno de ellos, esto es el harén. Para que haya harén, además, se necesita una frontera.

El harem’lik es la parte oculta y empieza en la puerta infranqueable que separa a éste de la calle. Hay muchos tipos de harenes, algunos, sobre todo los situados en el campo, más liberados de costumbres. En los harenes, sin embargo, conviven las mujeres y las esclavas con el marido y los hijos, sean más rebeldes o más conservadoras. Al hombre le está permitido salir de él, a la mujer, nunca.

Mernissi distingue entre dos tipos de harenes: los harenes imperiales y los harenes domésticos. Los primeros crecen durante el imperialismo iniciado por los omeyas en el siglo VII y son los que encandilaron a los viajeros occidentales, ya que se trataba de palacios llenos de mujeres lascivas, eunucos y esclavos, donde se practicaba el Amor. Este tipo de harén se diluye, sin embargo, con la invasión otomana en el siglo XVI, dando paso a unos harenes más aburguesados, los harenes domésticos:

“eran familias ampliadas, como la que se describe en este libro, sin esclavos ni eunucos y, en muchos casos, con parejas monógamas, pero que mantenían la tradición de la reclusión de las mujeres”. (p. 47). “No es la poligamia lo que lo define como harén, sino el deseo de los hombres de recluir a sus esposas y mantener una familia ampliada en vez de dividirla en unidades nucleares” (p. 48).

El haram (término del que procede la palabra harén) es lo prohibido, como hemos dicho anteriormente. El halal, por el contrario, es lo permitido. “Harén era el lugar en que un hombre alojaba a su familia, a su esposa o esposas, y a sus hijos y parientes. Podía tratarse de una casa o de una tienda y designaba tanto el espacio como a la gente que vivía en él”, escribe Mernissi (p. 78). Y continúa:

“Un harén se relacionaba con el espacio privado y las normas que lo regían. Y no hacían falta muros (...). En cuanto uno sabía qué estaba prohibido, llevaba el harén en el interior. Lo tenía en la cabeza, ‘grabado bajo la frente y bajo la piel’. La idea de un harén invisible, una ley tatuada en la mente...”.

Un harén también es un lugar en el que se vive. Las mujeres realizan tareas domésticas divididas por turnos, en pequeños equipos. También se habla, y se cuentan cuentos, y se llevan a cabo relaciones sexuales y amistosas. Pero sobre todo, lo peculiar del harén es la terraza, porque es un espacio abierto desde donde se puede soñar, ver el día y ver la noche, estar cerca del cielo. También el hammam, el baño público, escenario de grandes deleites para hombres y para mujeres por igual, así como las sesiones de belleza a las que las mujeres se someten días enteros, conscientes de la autoridad que eso les otorga y de su fitna.
MIL Y UNA NOCHES EN EL PARAÍSO
Probablemente una de las grandes obras de la historia de la humanidad, si no la mejor recopilación de cuentos eróticos de toda la historia, Las mil y una noches de relatos sensuales de Sherezade ha demostrado la cara más liberal y liberada del Islam y de la sociedad árabe, ganándose unos cuantos enemigos contrarios al goce de la vida y a las narraciones “perversas”[3].

Entre los sucesores del Profeta –los califas-, las obsesiones sexuales de los árabes eran compulsivas, como se ve en los relatos clásicos acerca de los harenes de los palacios así como en Las mil y una noches, donde la atmósfera lasciva del Islam no llega con más fuerza que en ninguna otra. De ahí la imagen sensual que los occidentales tienen de Oriente, tierra de harenes donde el hombre puede entregarse a las (in)fieles servidoras del amor. Pero es una imagen (imaginación), y como tal, es irreal. No es oro todo lo que reluce:

“Vino”, “abrazo”, “pecho”… Palabras que aparecen en el Corán con toda la fuerza de la sutilidad y la belleza se censuran por ser “inmorales”, tal es la ceguera teológica. Para los moralistas fundamentalistas, “la satisfacción sexual no tendrá lugar sino en la otra vida, en el paraíso, y solamente allí. Porque la vida presente está dedicada en exclusiva a la veneración de Dios y de su Profeta”. (Heller y Mosbahi, 177).

Según Heller y Mosbahi, el paraíso es una “parábola de las obsesiones sexuales de una sociedad compuesta por varones, en la que la mujer es considerada principalmente como un ser dotado de sexo y como objeto de placer”. Así, “cuando los fundamentalistas, hoy día, pretenden desterrar la sexualidad incluso del más allá, van contra el Islam mismo, que concede a la sexualidad un puesto privilegiado”. (p. 180).

En el Corán, el paraíso es descrito como el jardín de las delicias (sexuales), como un paisaje impresionista donde la belleza es eterna y el orgasmo múltiple. Para entrar en el “país de las maravillas”, sin embargo, hay una condición sine qua non: tener testículos. No podía ser menos.
Eros, ¿tánatos?
Abdelwahab Bouhdiba ve el orgasmo como un placer de dos, “proporcionar placer a la otra persona y, al mismo tiempo, proporcionárselo a uno mismo es un acto de piedad, comparable con el de ayunar y hacer oración, y que, en este caso, se imputa como amor al prójimo. Eros y ágape son las dos partes de la sexualidad”. (Heller y Mosbahi, 182). No puedo estar más de acuerdo. De lo contrario, el ser humano se acerca más a la muerte, dejando a un lado uno de los grandes placeres de la vida. Es vergonzoso prohibirlo, como hace la religión islámica, un asesinato de primer grado contra la Vida, que es Eros. Como dice la socióloga Fátima Mernissi:
“Fuera cual fuera la razón, decidí entonces que si alguna vez dirigía alguna batalla por la liberación de la mujer, no olvidaría la sensualidad. Como decía tía Habiba: ‘¿Para qué rebelarse y cambiar el mundo si no puedes conseguir lo que le falta a tu vida? Y lo que le falta más claramente a nuestras vidas es amor y lujuria. ¿Por qué organizar una revolución si el nuevo mundo va a ser un desierto emocional?” (p. 161).

DESPEDIDA
Destierro femenino
En la religión islámica, contrariamente a lo que pueda parecer y a diferencia de lo que ocurre en el catolicismo, la sexualidad ocupa un lugar central, y es considerada “energía creadora” y “expresión de la armonía de la vida”. El erotismo, por tanto, no es en esta ideología un pecado, como lo es en la cultura judeo-cristiana. Eso sí, el Islam intenta calmar la libido para que la sociedad funcione correctamente, por eso a lo largo de los siglos se ha fijado en la figura femenina dentro de una sociedad tradicionalmente patriarcal.

El fracaso del Islam radica seguramente en que las prohibiciones sexuales no se han interiorizado. La noción de lo ilícito, con su cara más moralizadora, revela siempre que donde hay prohibición, hay deseo. Es obvio que el deseo no se puede negar, porque existe. La prohibición debería ir a cargo del individuo. En la cultura islámica, sin embargo, en vez de eso se culpabiliza a la mujer de despertar el deseo y se la somete a estricta vigilancia por un delito que nunca cometió: ser del sexo “opuesto”.

Así, en el pensamiento religioso originado por el Corán, la sexualidad de la mujer, la fitna -o arte femenino de seducir-, se convirtieron en un peligro para el patriarcado, considerándola demoníaca y subversiva, a imagen y semejanza de la religión cristiana. Fue en los tiempos de los califas, sucesores de Mahoma, que la mujer diabólica pasó a ser una insignia social, que abría paso a una cultura caracterizada por la misoginia.

¿Cuáles fueron las consecuencias de esta ideología anti-erótica? Principalmente, la reducción de la mujer a mero objeto sexual y reproductivo, con el correspondiente destierro de la esfera pú(bl)ica. Punto.
La gula del dogma

“La historia lo ha demostrado: en cuanto el fanatismo comenzaba a difundirse, se hallaban amenazados la literatura, el arte, la libertad de pensamiento y la mujer. En el mundo arábigo-islámico nunca lo han estado tanto como ahora. En casi todos los países árabes se propagan actualmente movimientos fundamentalistas islámicos”. (Heller y Mosbahi, 13).

Y es que el dogma, allá donde va, devora. Devora pensamientos autónomos y palabras propias, sustituyéndolos por moralinas y fantasías oscurantistas y represalias obsesivas. Es lo que tiene el poder mal usado.

La lucha necesaria, a mi entender, no es contra la religión: es contra el dogma, contra el pensamiento único. Un Castellio contra Calvino, pero a lo oriental. Si aquí venció la libertad, ¿por qué no puede ocurrir lo mismo en los países arábigo-musulmanes?

BIBLIOGRAFÍA

· CHEBEL, Malek; El espíritu del serrallo: Estructuras y variaciones de la sexualidad magrebí. Biblioteca de Islam Contemporáneo. Bcn:1995.
· HELLER, Erdmute; MOSBAHI, Hassouna; Tras los velos del Islam: Erotismo y sexualidad en la cultura árabe. Ed. Herder, Bcn:1995.
· HÉRITIER, Françoise; Masculino/Femenino. El pensamiento de la diferencia. Ariel Antropología. Abril, 2002.
· MERNISSI, Fatema; Sueños en el umbral. Memorias de una niña del harén. El Aleph. Bcn: Junio 2003.
· http://www.islamyal-andalus.org/historia_islam/hist1.htm
· http://www.xtec.cat/~lvallmaj/temple/islam.htm
· El Periódico de Catalunya. Sección internacional, p.12. Jueves, 17 enero 2008.

[1] Según Heller y Mosbahi, el Corán es “la Escritura revelada del Islam”, y junto a la Sunna, la base fundamental en cuanto a derechos (religiosos y vitales) árabes. Sunna significa, precisamente, “senda”, “camino”. Es el camino correcto que todo musulmán debe seguir según el Profeta, que así lo declaró.
[2] El dueño de estas palabras es Jean Daniel, director de Le Nouvel Observateur (Heller y Mosbahi, 158).
[3] “Voyeurismo, fetichismo, zoofilia, autoerostismo perverso, masturbación recíproca, onirismo basado en el imaginario oral, son algunas de las estructuras de perversión en el Magreb”. (Malek Chebel, 46).
by Carmen

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