Era un viejo cascarrabias que siempre, justo antes de acostarse, apoyaba su bastón de madera hecho a mano en el cabezal de su cama. Refunfuñaba. Rezaba. Se santiguaba. Se sacaba la dentadura y la ponía en su vaso de agua sucia. Y todas las noches, ya sin bastón, ya sin oraciones, ya sin dientes, lloraba. Porque era un viejo gruñón y cascarrabias pero guardaba debajo de su jersey de lana huraño un viejo corazón de niño, transparente todo él muy a pesar de las opacidades, quebradizo, a pesar de tantas y tantas primaveras rotas. Y así, llorando, se quedaba dormido, como el recién nacido que gime y patalea tormentosamente para después soñar en serenos, ya sin miedos. Era un viejo gruñón, huraño y cascarrabias, y así quedó en la memoria de todo el pueblo. De todos, menos de Bruno...
¿alquien quiere continuar?
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